Ayer fueron las espigas pero es
que hoy es el brazo de alguien, de una persona que necesitaba ser curada y
recuperada, devuelta a la sociedad, a la dignidad y a la vida ante la presencia
de quienes no se pararon a contemplarlo. Él lo puso en el centro.
Solo podía mirar con dolor, con
rabia incluso. De fondo una pregunta, un cuestionamiento a nuestras zonas de
confort, a nuestros cumpli-mientos (cumplo, porque hago lo que hay que
hacer, y miento, porque en esa tarea
no atiendo al otro, a su dignidad).
Lo mataron por eso, por
preguntar, por incomodar. Al calvario lo llevaron por preservar las zonas de
confort y del sepulcro resucita en cada acto de misericordia que realizamos con
un hermano.
¿Y las espigas? Son una buena oportunidad para generar
debate, pero donde nos la jugamos es en el brazo. Como bautizados estamos
llamados a dar un paso adelante, a exponernos saliendo de la masa y sentirnos llamados
a más, a poner al hermano en el centro de nuestro corazón y desde ahí mirar,
atender, incomodar, defender, incidir, cuestionar… Ahí es donde verdaderamente
pasamos del anonimato a la palabra.
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