De todos es
sabido que para que un proyecto salga bien hace falta que se den varias
circunstancias, pero esencialmente dos: medios y personas. Esto se cumple con
la lógica humana, claro. La lógica de Dios es otra muy distinta que no acabamos
de comprender en nuestra limitación pero que intuimos en el camino, en el
proceso.
Para Dios la
persona no es un medio sino un fin y en ella pone dos elementos (diferentes de los antes
mencionados) que resultan necesarios para
que sus proyectos (los de Dios) se lleven a cabo: deseo y oportunidad.
Pues bien,
recientemente el Señor juntó ambos elementos en un grupo de personas,
profesores de colegios de Hijas de Jesús, valiéndose de la congregación como
medio y nos reunió en Loyola, la tierra de San Ignacio, para brindarnos la
posibilidad de tener una semana de ejercicios espirituales.
Allá nos
reunimos todos venidos desde diferentes puntos del país. Mi compañera y amiga
Gema y yo hicimos el viaje juntos desde Almería. El trayecto fue largo por
fuera pero fluido y enriquecedor por dentro.
Hablamos de
todo un poco, de colegio de familias y también de que la fe es un proceso que
dura toda la vida y que pasa por diferentes momentos a lo largo de la misma.
Hablamos de que es importante a cada paso examinar para discernir por dónde el
Espíritu nos va llevando, que no basta con quedarse con ese primer momento en
que nos presentaron a Jesús. Hay una parte del enamoramiento (la que viene
después del flechazo) que hay que cuidar. El Señor hace el resto con deseo y
oportunidad, ya sabemos.
Charlando de
todo un poco se nos pasaban las horas en coche, en avión y en aeropuertos, pero
en nuestro interior (por más que no queríamos cultivar expectativas)
guardábamos los dos un interrogante en silencio: ¿qué querrá el Señor de
nosotros?
La acogida fue
cálida, de experiencia de cuerpo apostólico. Primero Nagore, profesora del
colegio Ntra. Sra. De Aránzazu de San Sebastián, nos recogió en Hondarribia y
de ahí nos llevó hasta Loyola. Una vez allí el reencuentro con compañeros de
camino y de misión de otros colegios nos hizo sentirnos en comunidad, grupo de
amigos en el Señor una vez más reunidos y con un PARA común. Las veces
anteriores nos habíamos juntado para cursos de formación de directivos, y en
reuniones formativas o de coordinación de programas pero, siguiendo la máxima
ignaciana que dice que no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el
sentir y gustar de las cosas internamente. No nos podía
faltar esta otra dimensión: sentir y gustar con el Señor. Es ahí donde el alma
se complace, en el sentir y gustar, en las experiencias de vida, en sentirse
vivo y en camino.
Llegado este
punto tenéis que comprender que el resto del relato se aparte de lo vivencial y
personal porque ya entra en la esfera de lo íntimo, de lo que cada uno vivió
con el Señor ante el cual (incluso desde lo más pequeño y limitado) TODO es
posible, como se evidencia en el ejemplo de vida de nuestra querida Madre
Cándida y en el de tantos otros santos como el propio San Ignacio. Muchas
experiencias de consolación, alguna también de desolación (que con todo
lenguaje nos habla Dios) y mucho por lo que agradecer a Dios y a las personas que
fueron mediación (nuestras acompañantes Mª Luisa, Blanca Esther y Ana, pero
también a todos los que hicieron posible que estuviéramos allí).
El entorno, propicio para el retiro y el silencio, me invitaba a desconectar de la cotidianeidad para tomar distancia y asumir otra perspectiva, la de Dios. Ver con mis propios ojos la casa de los Loyola que había imaginado en tantas ocasiones leyendo la vida de San Ignacio. Esa casa atravesada en cada rincón por la historia de los primeros pasos de aquel hombre que plasmó su experiencia de Dios en el texto con el que me dejé guiar.
Y de la
experiencia en sí ¿qué diré? Cuando el barro se sabe barro y se entrega al
alfarero se obra el milagro, aunque sea bajo apariencia de pobre vasija
agrietada. Somos ricos por lo que contenemos, no por lo que somos. Nos hemos
dejado habitar por Aquel que no deja de llamar a nuestra puerta, he ahí nuestro
gran tesoro. Hemos elegido atender esa llamada insistente (¿cómo resistirse?),
ese es nuestro único mérito. Una auténtica gracia.
Como los de
Emaús, volvimos los dos a nuestras familias y comunidades. Tratamos de explicar
cómo nos encontramos con Él en el camino, con nuestras cargas de vida
compartidas, cómo nos paramos y compartimos con Él y entonces sí se nos abrió
el entendimiento y caímos en la cuenta de que nuestros corazones ardían.
Cuando nos
preguntaban a la vuelta por la experiencia hacíamos como el Señor con nosotros:
a cada uno lo suyo. Hay respuestas cortas y respuestas largas, respuestas de
superficie y respuestas de contenido. Las ganas de escuchar son como la
experiencia, personal y única.
Así fuimos, mi amiga Gema y yo, respondiendo a
familia, amigos, compañeros de trabajo y nuestras respectivas comunidades de
vida a lo que nos iban preguntando. Yo intuía que algunos realmente querían
saber qué se puede esperar de una experiencia de EE y eso sí que es
difícil de responder porque cualquier cosa que no sea decir TODO se agota en sí
misma; pero claro decir eso es decir nada y decir más de la cuenta es faltar a
la verdad. En cualquier caso, ese es un tema para otro post o, mejor aún, para
un café.
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